Todos los sábados salimos a la madrugada remando hacia el Río Paraná de las Palmas. Son 20 km de ida que recorremos de noche para poder ver el amanecer desde donde comienza el Rio Capitán. Y tenemos luego los 20 km de regreso hasta Tigre, con los primeros rayos del sol en las primeras horas del día.
Cada sábado vemos ese botecito amarrado siempre en el mismo lugar. Cada sábado pienso que voy a fotografiarlo pero nunca lo hago. Esos colores me atraen, ese desgaste producto del paso del tiempo. ¡Cuántas historias debe tener! ¡Y ese entorno maravilloso! la casita estilo isleño, la galería donde tomar mates y compartir momentos, los árboles y las plantas, el césped cortado. El silencio. Todo en su lugar.
¿Por qué nunca lo fotografié? Porque ese botecito está a mas o menos 1 km del Rio Paraná y cuando pasamos por ahí, de regreso, aún estamos recalentando los músculos y tal vez porque inconscientemente no queremos detenernos sabiendo que aún nos quedan 19 km por delante para completar esa travesía semanal de 40 km.
Pero esta vez fue diferente: vimos el sol que comenzaba a pintar de color amarillo la copa de los árboles, vimos algo de bruma saliendo del río, vimos la paz de siempre y nos detuvimos. Sacamos la cámara y lo fotografiamos. Teníamos que hacerlo, tantas veces lo vimos y esta vez quedó en una foto con su casita de fondo.
El botecito de alguien anónimo para nosotros. No sabemos quien vive en ese maravilloso lugar, ni su historia ni su presente, qué hace ni cómo se llama. Lo que sí sabemos es que ese lugar, esa paz en ese momento del día cuando todo comienza y los pájaros cantan, todo eso no es más que una verdadera obra de arte vista desde nuestro bote cada sábado a la mañana.
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